¿No os pasa a veces que vais tan rápido, tan acelerados/as, incluso automatizados/as, que se os olvida al minuto si habéis cerrado el coche? ¿U os encontráis en algún lugar de la casa o de la ofi al que habéis ido expresamente a algo pero ya no os acordáis para qué era? Bueno, pues a mí sí me pasa. También soy alguito despistada, herencias de la ama, que supongo algo cuenta en esos lapsus del recuerdo en corto. Pero sí, la cosa es que la Vida parece dar un saltito sobre nosotros/as para volverla a encontrar un ratico después. Nada grave, incluso gracioso, siempre que ese salto no se coma los pequeños grandes detalles, sorpresitas inesperadas que la Vida nos ofrece cada día, o al menos, un par de veces por semana.

Muchas de ellas, yo creo que la mayoría, tienen ojos y corazón. Treinta y seis y medio (y de ahí pa´rriba) grados de temperatura. Huelen a café. Pueden llegar también por teléfono. Y vienen con muxotes potolos adjetivados, sin aditivos, de sabores. Y mil colores.

A veces son elefantes rosas (te los encuentras por las calles y en los pasillos de las oficinas).

O sapos que nunca terminan de convertirse en príncipes (nunca quisimos que lo hicieran… nos gustan los sapos).

O son cocodrilos que lloran de risa en una cena compartida.

O es un instante mágico en el que algo suave te acoge, te envuelve y tú simplemente puedes descansar; como si estuvieras bajo las amplias alas de una lechuza.

Así que los ojos abiertos. El corazón dispuesto… Y fíjate bien, párate y mira, y escucha. Porque en cada esquina acecha un cálido abrazo salvaje, pequeños regalos de vida.

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